miércoles, octubre 12, 2011

Detuvo al sicópata y nadie le dio las gracias

En enero de 2001 el entonces sargento 1º de Carabineros, Jaime Lobos Campos (57) llegó a la comisaría de Alto Hospicio. Venía de la subcomisaría Parque Brasil de la Granja, en Santiago, y nunca se imaginó la realidad que se vivía en el norte y que gracias a su actuación se pudo terminar con el actuar impune de un homicida en serie.

Todo se remonta al 3 de octubre de 2001, cuando recibieron la denuncia de una menor que había sido violada y cuyo victimario le dijo que era el autor de los homicidios en serie que sembraban el terror en esa localidad. Tras la denuncia, junto a otras dos patrullas anduvo toda la tarde y noche de ese día patrullando y buscando un auto con las características que había dado la víctima, en especial con el detalle que en el espejo retrovisor había una figura de la serie televisiva Pijamas en Banana.
Esa noche Lobos no quedó conforme y le pidió permiso a su jefe, el capitán Francisco González, para ingresar al día siguiente más temprano y poder sacar un radiopatrullas y un chofer para seguir controlando.
Fue así como antes de la 7 de la mañana estaba en la comisaría y le pidió al carabinero Carlos Nenén que lo acompañara porque tenía una teoría. Esta última consistía en pensar que si el sujeto actuaba en el sector de La Pampa de Alto Hospicio, tarde o temprano debería transitar con su auto por avenida Las Américas. Con esa idea fija, el sargento se instaló en una zona estratégica que tiene un desnivel, por lo cual los conductores a la distancia no lo podían ver y lo encontraba casi de frente. Desde las 7 hasta las 9 controló un total de 15 autos blancos con las características del sospechoso, hasta que llegó el auto en que iba Julio Pérez.
El sargento levantó su mano derecha e hizo orillar al auto. Se aceró al conductor y de inmediato notó que traía el pelo recién teñido y al mirar al interior vio las figuras de los “Pijamas en Banana”. Le pidió los documentos y le solicitó que abriera el portamaletas, minuto en que además le quitó las llaves para evitar una fuga. Una vez en la parte posterior del auto con el sujeto, solicitó refuerzos en virtud a que Pérez cumplía todas las características del sospechoso. “Llegó un furgón con mi jefe y se lo llevaron. El tipo no opuso resistencia, no habló ni preguntó porque le pedía los documentos. Tampoco realizó gestos de ningún tipo ni se puso nervioso. Era absolutamente frío”.
Con el pasar de las horas el sargento se enteró que efectivamente había dado con el sicópata de Alto Hospicio y después lo volvió a ver cuando fueron las reconstituciones de escenas.
Lobos ahora está jubilado y relata que nunca recibió una felicitación de sus superiores. Tampoco ningún familiar le dio las gracias por su acción e incluso en su institución ni siquiera quedó para el registro alguna anotación positiva en su historia de vida. “Nadie me ordenó realizar un trabajo especial y fue mi idea irme a primera hora a ese sector. Es cierto que me estaban pagando por ser carabinero y era parte de mi trabajo, pero nadie de mis jefes valoró la acción y eso me hizo sentir mal. El verdadero premio lo recibí al saber que el tipo era culpable y que ya no podría seguir dañando a nadie más. Gracias a mi trabajo se pudo esclarecer la muerte de muchas niñas y ese fue mi verdadera recompensa, ya que significó más tranquilidad para las familias y para todos los vecinos de Alto Hospicio. Uno tiene hijos y se imagina el dolor de las familias que buscaban a las niñas”.
Añade que para el 4 de octubre de 2001 no había ninguna planificación especial y de mutuo propio pidió permiso para salir más temprano de lo habitual a su jornada laboral.
El 2001 la comisaría de Alto Hospicio tenía sólo dos vehículos y Jaime Lobos debía recorrer a pie las poblaciones y establecer lazos con los residentes y Juntas de Vecinos. La misión no era fácil, agrega, debido a que en Hospicio reinaba la desconfianza y el temor. El tema de la desaparición de las niñas generaba desconfianza y nadie se salvaba de las dudas.
Lobos agradeció el apoyo de su esposa Emilse Sandoval Flores y sus hijos Alvaro y Cecilia, quienes lo alentaron durante toda su carrera policial.

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