jueves, septiembre 08, 2011

Dureza de la roca permitió el rescate


 El geólogo Jorge Camacho Vidakovic todavía tiene embalados los diplomas y regalos que le siguen llegando por su participación al mando de la máquina perforadora T-130 que permitió el rescate de los 33 mineros de Copiapó. Y es que este hombre, de 52 años, equitador y gerente de exploraciones de minera Collahuasi, considera que su labor “sólo fue un trabajo bien hecho y nada más. El mejor recuerdo es que los sacamos vivos y que durante las faenas no tuvimos ningún accidente”.

Las palabras de Camacho están lejos del misticismo que algunos le asignan a la historia de la mina San José. Ello, porque este profesional se enfocó desde el minuto cero en cumplir la misión, calculando todos los pasos sin dejar espacio para apostar a la suerte. ¿Cuál fue la clave del rescate? La dureza de la roca.

Camacho explica que tras el accidente se informó por colegas y la prensa de las acciones y las consideró acertadas. “Habían 6 empresas de perforación con un total de 9 máquinas, 5 de aire reverso, 3 de diamantina y 1 de multipropósito. Cuando dieran con las labores (túneles) era seguro que nos llamarían porque nosotros perforamos más ancho”.

En San José en total hubo 22 sondajes con un total de 8.116 metros. De esos, 6 se desviaron, 3 se pasaron, 1 se perdió por la rotura del martillo. Sólo 3 acertaron. Esos tres sirvieron para las famosas palomas por las cuales se enviaba comida, aire y comunicación. Dichas vías también se transformaron en los planes A, B y C, en los cuales se instalaron perforadoras que usaron como guía el hoyo inicial para ir ensanchándolo.

El Plan A partió el 30 de agosto con una perforadora Strata 950 y avanzó a un ritmo de 15 metros diarios. El Plan B comienza el 5 de septiembre, mientras que el “C” el 30 de septiembre con una perforadora petrolera.

Camacho, como buen conocedor de la maquinaria, sabía que la T-130 avanzaría más rápido porque habitualmente opera sobre 4 mil metros de altura y tiene mayor versatilidad frente a las otras. Además, usaron un martillo y confiaba en las capacidades del equipo humano nacional, al que se sumaron 3 operadores extranjeros especialistas en martillo dado que los chilenos hasta ese minuto siempre habían operado con un tricono.

Pese a que muchos hablaron de desviaciones milagrosas en las perforaciones, el geólogo señala que son normales durante una perforación y que por ello constantemente se realizan mediciones y cálculos. En su caso siguieron un pozo de 12 pulgadas que primero ampliaron a 12 y 26 pulgadas a razón de 2,5 metros por hora.

El geólogo destaca que la dureza de la roca fue vital para reducir los tiempos, dado que gracias a ello se evitaron desprendimientos e incluso sólo se cubrió con el casing por donde saldrían los mineros los primeros 54,58 metros.

Misma opinión tiene el operaror Rodrigo Santana Guzmán (37), quien señala que “parecía como si estuviera estucado y gracias a ello la cápsula Fénix se desplazó sin problemas”. A diferencia de su jefe, Santana cree que tuvieron ayuda “del de arriba, porque hubo cosas muy especiales. En toda la mina siempre había camanchaca y frío, pero donde estábamos nosotros ni siquiera hacía frío. Además cuando surgía algún problema la solución era inmediata y llegaban las ideas brillantes que no siempre aparecen. Asimismo, cualquier cosa o repuesto estaba disponible en forma inmediata”.

Santana, casado y padre de dos niñas de 11 y 1 año, se siente un afortunado al ser elegido para participar en la misión. “Cuando a uno le encargan una faena pregunta por las condiciones y honorarios, en este caso no preguntamos nada y salimos volando a ayudar”.

Su contacto con los mineros era Juan Illanes, quien coordinaba desde abajo las labores de extracción del material que iba cayendo. “El nos decía que trabajáramos tranquilos y sin apuro, pero su tono de voz en el fondo decía denle con todo para salir”.

El también perforista Nelson Campillay Seriche (41), casado y con 3 hijos de 15, 11 y 2 años, es oriundo de Vallenar y asegura que su vida cambió tras el rescate. Lo anterior no sólo porque sus pares lo reconocen e incluso recibió un ascenso y hasta lo premiaron en su ciudad natal, sino porque “recibimos la recompensa más grande que fue poder sacar a esos mineros. Llevo 21 años haciendo pozos y esto fue increíble”

Si bien ahora hay cursos, la mayoría de los perforistas se hacen en terreno puesto que es un trabajo muy especializado. Su formación está marcada por el tesón y un ejemplo de ello es que nunca abandonan un pozo “y en este caso era aún más importante porque teníamos que salvar a personas”.

Campillay tenía y tiene una confianza plena en la T-130. “La máquina genera 130 mil libras de potencia, es decir 90 toneladas, y para el rescate se adaptó para 160 mil libras, lo que equivale a más de 120 toneladas. Se usó el martillo y la roca al ser muy dura permitió que el trabajo fuera muy bueno. Los primeros 30 metros de perforación tuvimos un poco de falla por los golpes que se hicieron en la superficie para instalar la plataforma, pero de ahí para abajo el pozo quedó como un tubo”.



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