martes, julio 17, 2012
Homilía Vísperas Fiesta 2012 de La Tirana
Esta noche nos vuelve a introducir en el corazón mismo de la fiesta, de la tradición y la historia, en este telar de fe que une el cielo con la tierra. Esta solemne víspera con la que esperamos el 16 de julio, nos une a los antiguos: La Ñusta convertida a Jesús, al minero de Almeida, a Fray Rondón y a los antiguos danzantes y peregrinos. Hoy, somos nosotros, los hijos e hijas de este tiempo, que nos unimos al peregrinar de siglos a estas tierras del tamarugal. Ya no llegamos en carretas, son nuevos y modernos los transportes; esta explanada ya no es arena y chusca, ni nos alumbranos en la noche sólo con velas y chonchones. El tiempo ha cambiado, pero nuestros pasos de peregrino y bailarín, siguen retornando a este lugar sagrado porque está la Casa de la Madre del Señor. Esta es la casa construida por Dios en el desierto, para esta mujer vestida de sol, coronada con doce estrellas y con la luna bajos sus pies. Es una casa grande y acogedera, como el corazón de esta mamita querida, que nunca rcchaza a un hijo, porque los recibió por en herencia en la hora de la cruz, de los mismos labios de su Hijo, Jesucristo, Él que ha vencido la muerte, y que ha derrotada al dragón, que intentaba desttruir para siemrpe la obra de Dios. Este es el santuario, levantado por Dios y habitada por nosotros. Santuario, consagrado por la presencia del Señor y el sacrifcio de amor de los hijos, que en estas tierras hemos consagrado la vida, la tierral la identidad y la historia a la Mujer Valiente de nuestra fe, la que combatió al mal con su total confianza en el Señor y con radical entrega a su voluntad.
En este desierto nortino, tiene María, la Chinita del Carmen su casa, porque este lugar, Dios se lo eligió para atraer nuestro corazón, peregrinos que anhelamos una vida más fraterna, una paz con más justicia social y un día la vida eterna. Este es un lugar de reposo y descanso para el corazón que tantas veces busca estos bienes escasos en la tierra, en medio de sufirmienteos y desesperanzas, de trabajos y esfuerzos, dificultades, angustias y esperanzas. Pero aquí también hemos aprendido que estos bienes de vida y la paz verdadera los puede dar sólo Dios: Jesucristo, el Señor. Aquí, por más de 450 años, venimos encontrando en el regazo de esta Madre querida, acogida, abrigo, pan y refugio y abrazo para cargar con esperanza la cruz.
¿Por qué la amamos tanto? ¿Qué hay entre ellas y nosotros para hacer todos los sacrificios necesarios para llegar, y otros quedar con el corazón pendiente a este santuario a lo lejos, en el cumplimineto del trabajo, en el lecho de la enfermedad, en la lejanía de otras tierras o en la soledad de la cárcel? ¿Quién puede comprendernos realmente?
Hermanos, Hermanos, ustedes y yo lo sabemos: entre ella y cada uno de nosotros hay una alianza de amor, un pacto de entrega, que no está movido por el interés de un trueque ni por el miedo al castigo. Esto no es lo que mueve a amar a un hijo, sino el amor. La fe en Cristo nos llevó a descubrirla como “madre”, “hermana”, “compañera de camino” ,“estrella y guía” , “consuelo y esperanza” Cristo, la dejó como nuestra madre y refugio. En ella encontramos la mirada de amor de Dios, que tanta veces buscamos y que no se halla: esos misericordiosos que busca el niño cuando se cae y necesita el auxilio de su mamá. Esa estrella que anime al pescador perdido, que al internarse en mar se ve amenzado por el oleaje. Si venimos a este santuario, como peregrinos y danzantes, es porque sabemos que podemos recurrir a ella, que es la pemanente intercesora, que no deja nunca de rogar por nostros. Ella es el arca que decidadmente sale a visitar a los suyos, llevando siempre a donde llega la presencia del Señor. Por ello, nosotros, a igual que su prima Isabel gritamos de alegría: “dichosa tú que has creído lo que te dijo el Señor” Nosotros somos esas generaciones que la llaman “dichosa” porque confió en Dios, creyó en su Palabra y siguió en todo momentos la huellas de Cristo, su Hijo y Señor, cuya sangra derramada en la cruz, la llenó de Gracia haciendo el Poderoso grandes obras por ella.
Querida, Chinita del Carmen, somos nosotros esta noche, los que venimos a festejar esta fiesta invitados por Dios que ha cambia la suerte de los suyos: levantando al pobre de la miseria y colmando de bienes al que necesita, consolando al que sufre, recordando su promesa de ser siempre nuestro Dios y Padre. Este Dios que nos ha invitado a festejar, es el Dios que te llenó de Gracia y Él que en todo momento te escucha. Por eso, esta noche, venimos a renovar esta alianza que es promesa de fe y amor; porque sin este vínculo de fe movido por el amor, no será continuar manteniendo esta fiesta y esta danza con un corazón religioso. Si desaparece o se confunde la fe por otras motivaciones, entonces todo esto se volverá como un árbol sin raíz que un viento fuerte, un oleaje potente, podrá destruir. Y hoy, son muchos los vientos que nos golpean y dañan incluso la misma fe, y amenazan la auténtica tradición: la falta de genrosidad, el egoísmo que se instala por todas parte, el odio y la práctica del mal, la ausencia de perdón y reconciliación; la falta de reflexión y respeto por las costumbres, la pérdida del respeto por las instituciones y la autoridad, el menosprecio de la tradición por el consumismo de la novedad. Estos son vientos fuertes que van destruyéndolo todo: la familia, las relaciones personales, la comunidad. Así, también dañan nuestros Bailes Religiosos con peleas y ofensas, preocupación por lucirse, tentado al bailarín y la bailarina a “bailarle más a los hombres que a Dios y la Virgen”.
La tradición en este santuario está unida íntimamente a la llama de la fe: es la fe la que genera la fiesta. Por ello, al reonvar nuestras promesas, queremos fortalcer nuestra fe en Dios y esta mujer, que es Madre y Reina, la que cargada por los hombros de su pueblo sale a saludarnos para invitarnos a confiar y proclamar con ella la grandeza del Señor.
Querido Bailerín y bailarina: tu historia está inseparablmente unida a la vida de este santuario por una alianza de amor: sé fiel a este tesoro que recibiste de tus antepasados. De los que, antes que tú, cuidaron para que este fiesta fuera profundamente religiosa. Un día tú y yo, algunos más temprano que tarde, tendremos que entregar la tradición a otros, ¿ y qué es lo que vamos a entregar? ¿un mero acto folklórico, un ritual decadente, una fiesta carnavalizada? De ti y de mí, de cada uno de nosotros peregrinos, sacerdotes, jóvenes servidores de la fiesta, depende cuidar las raíces de este santuario y sus Bailes Religiosos, para que todos podamos beber en estos “Pozos del Carmen de la Tirana” siempre de la única fuente que da vida: Cristo, el Señor Jesús.
Chinita del Carmen, esta noche de fiesta y renovación de nuestras promesas, míranos con tus ojos maternales, y también tú, vuelve a renovar con nosotros tu amor de Madre. Tú lo sabes: ¡Somos tuyos! Tus hijos peregrinos, bailarines, socios, músicos. Venimos de tantos lugares, y muchos hemos llegado con el corazón cansado. Que siempre encontremos junto a ti, ese refugio de amor donde sobran las palabras. Tú puedes leer nuestro corazón y conoces lo que nos ocurre. Tú, vestida de sol, eres la estrella que anuncia esa mañana de total resplandor que es Cristo. Recibe esta noche, nuestro corazón, nuestro canto y danza, nuestras tristezas y gozos. Recibe nuestras lágrimas y risas; el cansancio del servicio y los dolores de la enfermedad; el sufrimiento y los anhelos; y en todo ello, una y otra vez, querida Señora, muéstranos a tu Hijo, el Maestro y Señor.
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